Capítulo I:
Sus
cabellos dorados no paraban de ser entrelazados por su dedo fino y largo. Sus
ojos azules oscuros con un tono grisáceo miraban a una única parte: la camisa del
profesor. Él hablaba y hablaba pero, estoy seguro, de que Julia solo prestaba
atención a los ocho botones que se ceñían apretando sus kilos de más, pero sin
eliminarlos.
Julia
no podía interesarse lo más mínimo en las palabras de aquel profesor, era su última
clase, solo podía idear las fabulosas vacaciones de verano que iba a pasar con
su padre en Italia, al que no había visto desde hacía ya unos años.
Los
padres de Julia se separaron cuando ella tenía tan solo diez años, habían
pasado ya seis años desde ése hecho. A veces su padre la llamaba por teléfono,
pero ella siempre le ponía múltiples excusas para no mantener conversaciones
con él por el móvil, no le gustaba demasiado, sentía que cualquiera le podía
mentir, no podía ver sus caras, sus expresiones, sus gestos…
Seis
años sin verle, pero queriéndole, añorándole, llorando por él… Desde pequeña
ella le guardaba más afecto a su padre, siempre fue como el que no le regañaba,
como el que le compraba las piruletas.
Lo
que Julia no sabía era que quién más le quería a ella era su madre, y que su
padre, aparte de ser el que no le regañaba y el que le compraba las piruletas,
era el que maltrataba a su madre.
-Cinco
minutos –susurró Julia para sí misma.
Aunque
esos cinco minutos fueron los más largos de toda la clase. Aun así,
transcurrieron, y por fin tocó la sirena.
-Feliz
verano –dijo cortésmente el profesor de Tecnología declarando comenzado el
verano.
Julia
metió todos los libros en la mochila y la cerró, se la colocó en la espalda y
fue al fondo de la clase a hablar con su mejor amiga Claudia.
Ella,
al ver su cara de emoción, le ordenó:
-Llámame
y mándame fotos.
-Prometido
cariño.
Claudia
miro al suelo acabando de colocar los libros en la mochila, una lágrima se
resbaló por su mejilla. Julia, al darse cuenta, le preguntó asustada limpiando las
lágrimas de su delicada, con tez algo clara y rosada, mejilla:
-¿Qué
te pasa?
Ella
le sonrió y después, sin quitar la sonrisa de su rostro, le respondió
derramando alguna lágrima más:
-Ay,
no sé, soy tonta, es que… -le dio un abrazo y le susurró al oído-: es que te
voy a echar muchísimo de menos.
Julia
soltó una risita diciéndose a sí misma que lo mismo iba a pasar con ella. Le
besó en la mejilla y se fueron las dos afuera.
A
la puerta del colegio le esperaban todos sus demás amigos, les dio dos besos a
todos, y ellos le dijeron frases como: ‘Te echaremos de menos’; ‘¿Ahora quién
me hará reír?; y muchas frases cariñosísimas más.
-¿Te
puedo acompañar a casa? –Propuso Claudia-: quiero hacer más largo el tiempo que
nos queda juntas hasta dentro de tres meses.
-Claro
que sí –Respondió Julia dándole de nuevo un abrazo.
Las
dos se dirigieron lentamente hacía el portal de Julia, allí se despidieron por
completo, después de decirse las mismas frases de siempre Claudia le bromeó con
una pizca de envidia:
-Jo,
yo quiero tener un padre Italiano, ir a Italia y ligarme a uno, te ordeno que
te ligues por mí a uno, eh.
Las
dos se rieron juntas, las últimas carcajadas. Al fin, Claudia se fue a su casa,
por el camino derramó unas cuantas lágrimas, igual que Julia subiendo por las
escaleras.
Llamó
al timbre para que le abriera su madre con ganas de preparar la maleta para
irse al cabo de unas horas, sería la primera vez que viajaría sola en un avión,
la idea le ponía un poco nerviosa.
Su
madre le abrió la puerta con su bata de andar por casa. Adela era una madre muy
peculiar, algo pesada, como la mayoría, pero siempre preocupada por su hija.
Con unos cabellos de rojo picarón y sexy, su pelo le hacía unos años más joven.
Cuando salía de casa siempre vestía fabulosamente, todas las demás madres la
envidiaban por conservarse tanto, no como ellas.
Julia
entró a casa y fue directa a la habitación a acabar de preparar la maleta. Cada
medio minuto su madre le metía prisa, y ella siempre le respondía a gritos:
-¡Qué
ya voy pesada!
Julia
y Adela mantenían una relación un tanto violenta, pero se querían demasiado,
aunque ella quería más a su padre porque no sabía en realidad como era él.
Julia
echó un último vistazo a su maleta, y se maquilló rápidamente los labios y los
ojos. Salió de la habitación preparada para irse y se fue al coche de su madre.
Por
el camino madre e hija tuvieron una conversación que inquietó un poco inquietó
un poco a la pequeña rubia.
-Julia,
te tengo que pedir un favor muy grande, y me tienes que obedecer.
-Pide
por esa boca.
-Es
muy serio, mi vida, si te llegas a sentir presionada, mal a gusto, o cualquier
cosa, me llamas por teléfono, y en dos segundos estás de vuelta a España, ¿de
acuerdo?
Julia
se extrañó de las palabras de su madre, por lo tanto preguntó con miedo a la
respuesta:
-¿A
qué… a qué te refieres con presionada?
Su
madre suspiró y, sin que Julia se diese cuenta, derramó una lágrima que
rápidamente se secó, como muchas otras que antes habían brotado de sus ojos. Recordó
cada golpe que le dio, cada palabra despectiva, tenía mucho miedo de que
siguiese siendo el mismo enfermo después de haber ido al psicólogo y al
psiquiatra. A Adela le gustaría tanto que ella no fuese, pero las amenazas de Ulisse,
su padre, con quitarle la custodia le obligaban a dejarla ir.
-Si
tu padre te obliga a hacer algo que tu no quieres hacer me lo dices, ¿de
acuerdo? –Le propuso subiendo el tono al formular la pregunta final.
Julia
se inquietó un poco, ‘¿A qué se referirá con que me obligue a hacer algo que no
quiero?’, pensaba ella.
Sin
querer hacer más preguntas le dijo:
-Vale,
vale.
Por
el camino en el coche Julia se durmió gracias a que el trayecto no tenía muchas
curvas ni baches, y a que la música que sonaba en la radio era extremadamente
relajante.